Diminutas pisadas avanzaban por el camino en dirección al infinito. Una espesa luz roja provocada por el ardor del sol, amenazaba con invadir sus almas. El perfume de sus cuerpos abandonaba un alo de aroma denso y táctil en las curvas de sus pasos. Troncos y ramas alzaban su canto poderoso al mundo, enajenados por el rubor de sus hermosas viandantes.
-¿Bésame?
-¿Cuándo?
-Ahora
-¿Quiéreme?
-¿Cuándo?
-Siempre
Se reían tímidamente con sus corazones desnudos y sus labios polvorientos.
Con ojos brillantes volvían a susurrar
-¿Bésame?
-¿Cuándo?
-Ahora
-¿Quiéreme?
-¿Cuándo?
-Siempre
La tierra se sintió sabrosa, se atragantó de placer, lloró en secreto. Un incontrolable gemido abrió sus venas mostrando el pensamiento de sus entrañas.
-¡Bailad!
-Arañad la soledad
-¡Bailad, bailad dentro de mí1
Las flores dejaron su camino y corrieron hacia ellos, con las uñas pintadas de rojo, se agarraban con fuerza a sus cuerpos. Trepaban con ansias buscando el lugar perfecto para gozar. Los árboles agitaban excitados sus ramas acariciando los pétalos del amor.
Cinco años después continúan bailando, a veces con movimientos perfectos, bellos, incontrolados, divertidos y otras con compases tristes, pesados, temblorosos, ahogados, pero siempre bañados por las lágrimas de la tierra.